Tras mi primera toma de contacto con Etiopía, abandonaría Adís Abeba en dirección al norte del país, hacia la ciudad monástica de Lalibela, el lugar que, junto a la isla de Zanzíbar, más ilusión me hacía conocer de todo mi viaje por África.
Lalibela es, junto a Aksum, una de las dos ciudades santas del país, y uno de los lugares de peregrinación más importantes para la religión ortodoxa etíope. Su importancia proviene del siglo XII, cuando el rey Gebra Maskal Lalibela, que dio nombre a la ciudad, pretendió construir en ella una nueva Jerusalén, en respuesta a la conquista de Tierra Santa por los musulmanes.
Sin embargo, llegar a Lalibela no es nada fácil. Con una población cercana a los 15.000 habitantes, la ciudad se encuentra en la montañosa región de Amhara, a más de 2500 metros de altitud...y dado el estado de las carreteras del país, los casi 700 Km que separan Lalibela de Addis, la capital, se convierten en más de 15 horas de viaje en autobús, que los propios locales llegaron a desaconsejarme por motivos de seguridad.
Por ello, aunque algo cara, la mejor opción es volar entre las dos ciudades. Ethiopian Airlines, la compañía de bandera del país, opera varios vuelos diarios a la ciudad, ya sea de forma directa, o con escalas en localidades como Gondar o Bahir Dar, en un viaje que, con escalas incluidas, nos tomará un máximo de 2 horas desde Adís.
Tras un vuelo bastante agradable, aterrizaríamos en el aeropuerto de Lalibela, uno de los más pequeños en los que he estado. Nuestro avión, con capacidad para unas 50 personas, era el único que allí se encontraba, y al desembarcar, la práctica totalidad de empleados del aeropuerto salieron a recibirnos con la amabilidad que caracteriza a los etíopes.
Ya en la salida, varias furgonetas recogían a los pasajeros para llevarlos a sus alojamientos en Lalibela...y dado que el aeropuerto estaba bastante lejos de la ciudad (a más de 40 Km) decidí entrar en una de esas furgonetas, haciéndome ''el despistado''. No llevaba nada reservado, pero me negaba a caminar durante horas...además el transporte público era inexistente, pues los reducidos grupos de turistas que llegan a la localidad lo hacen con paquetes de ''todo incluido''.
Durante el trayecto en furgoneta, de casi una hora, contemplé algunos de los paisajes montañosos más bonitos que he visto...no se trataba de alta montaña, como los Alpes o el Himalaya, pero la sensación de inmensidad, soledad y aislamiento de aquellas montañas, unido a las pequeñas poblaciones rurales que atravesábamos, me pareció única.
La llegada a Lalibela fue todo un acontecimiento. Al igual que sucede cada día con la llegada de esas furgonetas cargadas de turistas, la mayoría de niños del pueblo, junto a multitud de curiosos, se acercan a dar la bienvenida y ofrecer sus servicios como guías, portadores de equipajes, limpiadores de zapatos y oficios varios.
En aquel momento me dio vergüenza ajena ver como algunos turistas fotografiaban o grababan en vídeo las escenas, regateaban los precios irrisorios de los niños que se ofrecían a limpiarles los zapatos, o les regalaban caramelos de forma condescendiente, con esos aires de superioridad tan propios del que visita un lugar más pobre en dinero pero más rico en valores del que proviene.
Siempre he estado en contra de las limosnas, en especial a los niños, pues creo que más que ayudar lo que consiguen es alejarles de la escuela e invitarles a que practiquen la mendicidad. Por eso prefiero contribuir a la economía local de otra forma...alojándome en establecimientos locales en lugar de cadenas hoteleras, comiendo en restaurantes locales, utilizando sus transportes, comprando sus artesanías...
Sea como fuere, tras dar una vuelta por el pueblo, acabé alojándome en el lugar más económico que encontré, el hotel Jerusalem, en el que por 20$ diarios tendría habitación y baños propios, con desayuno incluido y aire acondicionado...y lo mejor de todo, a sólo 5 minutos andando de la plaza principal del pueblo.
Tras el descanso de rigor, y a pesar de la lluvia, salí a pasear por los alrededores de Lalibela, una localidad que, ya a primera vista, me pareció enormemente humilde, aunque por fortuna parecía contar con los servicios básicos: una pequeña escuela, un hospital, varias tiendas de ultramarinos, y un par de hoteles que suponían la principal fuente de ingresos de la localidad, más allá de la agricultura y ganadería a las que la gran mayoría de familias parecía dedicarse, incluidos los niños, a los que se veía colaborar en tareas del campo, recolección de agua o transporte de animales.
Mi primer día completo en Lalibela lo dedicaría a conocer su gran atractivo, las impresionantes iglesias talladas en piedra, declaradas Patrimonio de la Humanidad, y consideradas por muchos la octava maravilla del mundo, que sin embargo, a diferencia de Petra o las Piramides de Egipto, apenas cuentan con publicidad, viendo sensiblemente reducido el número de visitantes que potencialmente podrían tener.
Para visitar estas iglesias es necesario pagar 50$, algo caro pero que sin duda merece la pena. Con nuestra entrada, nos harán una visita guiada al museo, y nos darán un pase que en ocasiones tendremos que enseñar. Estas iglesias (12 en total), entre las que destacan la de Medhani Alem, Biet Mariam, o la de San Jorge, se encuentran relativamente cerca unas de otras (a excepción de la de San Jorge, algo más alejada) y lo cierto es que podemos dedicar perfectamente un día entero a recorrerlas.
Sus dimensiones, decoración, la sobriedad de su interior, los altares, los monjes que en muchas de ellas encontraremos, y los peregrinos, que ataviados con túnicas blancas, hacen sus rezos en las diversas estancias, parecen trasladarnos a otra época. Es increíble pensar que en un medio así, hace casi mil años (las iglesias datan de finales del siglo XII) pudiera realizarse una obra de ingeniería así.
Al día siguiente, tras desayunar, y todavía sobrecogido por mi visita a los templos del día anterior, caminé en dirección al centro del pueblo, cuando contemplé como a varios kilómetros se había formado una muchedumbre enorme, formada por cientos de personas, que contrastaba con la calma y la tranquilidad de un lugar en el que apenas te cruzabas con nadie.
Se trataba del gran mercado de Lalibela, que se organizaba una vez a la semana, en el que comerciantes de toda la región se daban cita para vender e intercambiar todo tipo de productos...artesanía, animales, comestibles, tejidos...lo cierto es que no pude evitar recorrerlo de arriba a abajo, pues aparte de lo animado que estaba, se daban escenas de lo más peculiares, como trueques, subastas de animales..y el hecho de ser el único blanco del mercado, animaba a que muchos comerciantes me saludaran, me invitaran a sus puestos y me ofrecieran artículos de lo más variopintos.
Finalizada mi jornada en el mercado, volví al centro de Lalibela con la intención de tomar algún plato tradicional etíope, cocina a la que ya empezaba a acostumbrarme, a pesar de sus sabores intensos (fundamentalmente agrio y picante) y muy diferentes a los de cualquier gastronomía occidental o asiática.
Una de las peculiaridades de la cocina etíope es que en su mayoría se come con las manos, o mejor dicho, con la ayuda de la injera, un pan muy fino, hecho a base de harina fermentada de tef (cereal endémico de etiopía) que acompaña a casi cualquier alimento. Normalmente los platos vienen presentados con dos injeras, una colocada en forma de sostén, sobre la cual se añaden diferentes salsas, carnes o verduras...y otra enrollada, que nos servirá de ''cubierto'' y con la que tomaremos los distintos alimentos.
Ya visitadas las principales iglesias y puntos de interés de Lalibela, dedicaría el resto de mi estancia a pasear...pasear por sus calles, prados, subir algunas de las montañas de sus alrededores, disfrutar de las vistas...y perderme en un lugar único al que todavía no terminaba de creer que había llegado...
Puede que Lalibela no sea el típico destino al que imaginamos ir de vacaciones, pero si os planteáis un viaje por Etiopía o el África oriental, es un lugar que no podéis dejar de visitar.
Pocos sitios me han impactado tanto en todos los sentidos...sus paisajes, historia, costumbres, espiritualidad...y la sensación de estar tan lejos de la realidad a la que estoy acostumbrado han hecho de este uno de los lugares más especiales en los que he estado.
Después de varios días de templos, naturaleza, vida rural, comida tradicional...tocaba emprender de nuevo el camino. Tras tomar el vuelo de vuelta a Adís Abeba y una breve parada en la ciudad, volvería a embarcarme en dirección a una de las grandes ciudades del continente africano, próximo destino: Nairobi!
Ubicación de los sitios que ver en Lalibela
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